LA CRUZADA INCRUENTA DE FEDERICO II

   En 1213 Inocencio III había proclamado rey de Alemania al joven. Federico, creyendo tenerlo bajo absoluto dominio. En realidad, ese rey de ilimitada inteligencia sólo ganaba tiempo con el Papa, mientras él fuera débil y pudiera el Pontífice serle útil. Dos años después en Aquisgrán es coronado "Rey de los romanos", y hace su primera jugada; jura cruzarse para liberar Jerusalén, arrebatada a los francos desde hacía tiempo.

   Sincera o no, con su promesa le quitó al Papa la prerrogativa de organizar la cruzada.

   La querella entre Pontificado e Imperio era de larga data. Desde el siglo V la pretensión del Papa al predominio era cosa cierta; posteriormente se descubrió un documento, el "Donatio Constantini", una supuesta donación del emperador Constantino al Papa de importantes territorios en el centro de Italia. Este documento, absolutamente falso, había sido creado en el S. VIII, y gracias a él, Esteban II obtuvo de Pipino el Breve esos anhelados territorios.

  Luego fue el combativo Gregorio VII quien manifestaría que los Papas heredan el poder divino y los reyes y emperadores son sus vasallos o "depositarios" Ningún emperador podía asumir el poder sin autorización papal. Los Staufen quisieron quebrar tal situaci6n., Barbarroja proclamó que el Imperio sólo viene de Dios al Emperador por vía del carácter electivo, de antigua tradición germánica, de  los príncipes. Enrique VI minimizó la consagración papal, y ahora el segundo Federico se arrogaba la competencia de una cuestión internacional como una cruzada.  

  Asegurado en Alemania mediante un acuerdo ventajoso, para los feudales, Federico II , instaló, ya como emperador a partir de 1220, su corte en Palermo. Rodeado de un ambiente medio cristiano, medio musulmán, el monarca no tenía intenciones serias de cruzarse. A la muerte de Inocencio, le sucedió el débil Honorio, a quién siguió el inflexible octogenario Gregorio IX, quién exigió al Staufen cumpliera su promesa.

  Ante la negativa, Federico fue excomulgado (1226). Mientras Roma aspiraba a la hegemonía mediante la aplicación de una ortodoxia rígida al orbe, el emperador pretendía la unidad mediterránea, independiente del Pontificado y de buena vecindad con el mundo musulmán.

Federico el mundo antiguo

El Hohenstaufen era consciente de que, así como las ideas son nulas sin poder para plasmarlas tampoco se puede estructurar una entidad política sin un basamento ideológico y cultural. Para restablecer el Imperio Romano, Federico acometió la grandiosa empresa de resucitar el pensamiento antiguo, intentando, además, encontrar una línea de continuidad con los musulmanes

Federico II fue el monarca de mayor inteligencia y cultura de la Edad Media y uno de los más lúcidos intelectuales y políticos aquella y de toda época.

  De un poeta contemporáneo suyo se conserva una glosa: "Tu espíritu no se satisface con el gobierno de un Imperio. . . . contigo presente, nadie fue jamás soberano en el reino de los conocimientos, nadie supremo en el de las ciencias". Aquel Staufen era un hombre singular; quería estudiarlo todo, indagaba incansablemente, su espíritu inquieto no hallaba reposo.

  Hizo traducir lo que de más importancia se conservaba de los antiguos griegos. Ordenó hacer estudios sistemáticos  con procedimientos a veces brutales, en todas las áreas del saber, sobre todo en medicina, fundando la Academia de Salerno.

  La mayor obsesión del emperador era el conocimiento del alma. En 1227 Miguel Scotto le llevé la versión latina de Averroes sobre De Anima y De Coelo et Mundi de Aristóteles; también se le dieron traducciones de Avicena; de la mano de los árabes se reencontraba el mundo antiguo. La idea averroísta-aristotélica de la materia eterna daba de lado con la existencia de un Dios creador: a ello se añadía la cuestión del intelecto universal y se planteaba el tema de la inmortalidad del alma. "Dios - decía Federico - adora la búsqueda de la verdad por la razón y la ciencia". Allí estaban junto a él, las Academias, Miguel Scotto, Juan de Palermo, Petrus Hispanus, Leonardo de Pisa, especialistas alemanes, latinos , conversos y musulmanes. A Federico le importaba poco la Biblia y el Corán; le interesaban los herejes y disidentes, no los dogmáticos. ¿Acaso Averroes no encabezó el libre pensamiento dentro del orbe musulmán? ¿ Y el Estagirita, éste Aristóteles - no el "adaptado" por Tomás de Aquino - no estaba interdicto por Bula papal?.

  Fue un Hohenstaufen quién abrió la puerta de la "posibilidad universal" en Occidente.

  En 1222 se encuentran, en Bari, Federico II y Francisco de Asís, Emperador  uno, santo el otro; libertino, mujeriego y bromista el primero, místico, humilde y reservado el segundo; jóvenes, populares y brillantes ambos. Dos eximios representantes de las dos grandes clases - en el sentido tradicional: nobleza y sacerdocio - cambian opiniones. Los unía su común amor a la naturaleza y los animales, era además una misma actitud hacia el "infiel". Francisco venía de Damieta, donde había intentado cristianizar a los musulmanes, siendo tratado magníficamente por el Sultán, pero sin convertir a nadie. Ante esa iniciativa individual, el Papa le había considerado un renegado. . . la misma opinión que tenía del Emperador.

  El Staufen sacó sus conclusiones, había que ir a Tierra Santa; había que emprender una cruzada sí, pero de una manera muy distinta a la que se estilaba hasta el momento. Una cruzada que tuviera su sello personalísimo.

Federico II, el cruzado desarmado

    "Ved la bestia que asciende del fondo del mar, la boca rebosante de blasfemias, garras de oso, furia de león y cuerpo de leopardo. Abre sus fauces vomitando injurias contra Dios". Así se refería el Papa Gregorio IX, en su encíclica De Mari, al Emperador excomulgado. De allí en más, Federico aceptó el desafío, ahora sí organizaría y comandaría "su" cruzada. Si reconquistaba Jerusalén para el orbe cristiano, el Pontífice sería derrotado y humillado, la unidad teocrática-política se restablecía. La lucha por la supremacía entre el Solio y el Trono había llegado al punto máximo.

  Federico dirige una carta al rey de Inglaterra en la cual se refiere a la Iglesia "Paso en silencio las simonías, las múltiples e inauditas exacciones que los romanos ejercen sin cesar sobre sus gentes, sus usuras, de enormidad hasta ahora desconocidas; son insaciables sanguijuelas que, ahora, llevan su audacia temeraria hasta aspirar a los Imperios ". En el campo y las comunas, en el continente y el Mediterráneo, se jugaba el destino del Imperio.

  Federico II, emperador italiano de un imperio germano, trajo de la lejana Alemania lo que consideraba le era más fiel: el Maestre Hermann de Salza (su amigo) y un contingente de Caballeros Teutónicos. En 1190, en un lazareto Para los cruzados heridos, había nacido la Orden Teutónica del Hospital de Nuestra Señora de Sión; al principio, la hermana menor de las otras dos grandes órdenes -Hospitalarios y Templarios- se había engrandecido rápidamente con sus posesiones y conquistas en Oriente y el este europeo. Sin embargo, por esta vez, los Caballeros embarcados con Federico no combatirían. No más de trescientos teutónicos y mil infantes, sólo una guardia imperial, llevó el Staufen consigo.

  En cambio, le acompañaba un séquito impresionante de sabios, especialistas y diplomáticos. Bien dice Pierre Boullé que Federico no quería llegar con las fuerzas armadas, sino con la cultura. Era latino y gótico a la vez, esencialmente mediterráneo.

  Los musulmanes tenían a su cabeza a un hombre de igual nivel que el monarca occidental, El Sultán Al Cámil era un político fino, inteligente,,, y culto.., que observaba el mismo desprecio que Federico por las cuestiones religiosas.

   Desde el principio el Emperador, ya en Chipre, entró en negociaciones con el Sultán a través de sus respectivos hombres de confianza, Herman de Salza y Fach - er - Din. A fines de 1228 las negociaciones estaban trabadas por el juego de la Iglesia - el conflicto entre güelfos y gibelinos se trasladaba a Chipre y Oriente - y el emperador debía hacer un frente continuo a las querellas internas. Junto al partido güelfo de los Ibelin, se alineaban con el Papa, en la isla, los señores feudales de Oriente, y las Ordenes Hospitalaria y Templaria, rivales de la Teutónica.

  Desde 1225, por casamiento con Isabel de Brienne, se había asegurado Federico ipso facto el reino franco de Jerusalén. Desembarcado en Acre, el Staufen acept6 la invitación de visitar "tierra infiel", verificando la magnificencia, adelanto y suntuosidad de la refinada civilización islámica. Los eventos políticos quedaron de lado y Federico y sus expertos se dedicaron minuciosamente a discutir sobre historia, álgebra y filosofía con los eruditos musulmanes. La afinidad y franca simpatía entre el "Emperador de los bárbaros" y el Sultán Al Carnil, de Egipto, pudieron encauzar las conversaciones en un clima de tolerancia religiosa. La sensatez y cordura de ambos monarcas pudo más que la insidia y, a despecho de sus pueblos que exigían un baño de sangre, llegaron a un acuerdo definitivo en Jaffa en febrero de 1229.

  A cambio de un tratado comercial muy ventajoso, los musulmanes devolvían Jerusalén, Belén y Nazaret, el señorío de Torón en Galilea y el hinterland de Sidón, en Fenicia, al reino franco, es decir al Sacro Imperio Jerusalén era reconocida ciudad Santa Para los dos cultos, sometida a condominio confesional; los cristianos tenían el Santo Sepulcro y los musulmanes la mezquita de Omar y de Al-Aksa. Se firmaba, además, una tregua de diez años. Para justificar mejor esas concesiones ante los ojos de sus fieles, Al Cámil propuso a Federico poner al ejército cristiano en movimiento, con un acto de fuerza pour la gallerie. Para evitar una embarazosa situación  -fuerzas cristianas al mando de un excomulgado- los caballeros e infantes fueron puestos a "las órdenes directas de Nuestro Señor Jesucristo", y el ejército se movilizó. Indudablemente, el Sultán y el Emperador eran dos de los mejores deportistas de la política que hayan existido.

  Sin derramamiento de sangre, un monarca excomulgado le devolvía al occidente cristiano el objetivo de desvelos y muertes sin cuento. El Emperador Federico 11 confirmaba, una vez más, la justicia de su apodo, El Asombro del Mundo. Pero la Iglesia no quería Jerusalén, tenía otros planes para con Stupor Mundi.

  No terminadas aún las negociaciones en Oriente y contrastando con la incruenta gestión del emperador, Gregorio IX, viendo la debilidad creciente de la legitimidad de su poder, comenzó su propia, armada y sangrienta cruzada contra el "Anticristo" y los gibelinos . Cristianos se enfrentaban con cristianos.

  El reino de Sicilia fue invadido. Los güelfos, señores feudales y comunas, deseosos de romper con la estructura centralizada imperial, movilizaron toda Europa contra Federico 11. Delegados papales recorrían los países exigiendo hombres dinero, bajo pena de excomunión si las ciudades e Iglesias no le proporcionaban. Las primeras misiones de Gregorio IX se dirigieron a Inglaterra y Francia...  

  Al coronarse rey de Jerusalén en la ciudad santa, en marzo de 1229, Federico propuso a la cristiandad la paz interior, disponiéndose a humillarse ante Dios y su Vicario. Pero el inflexible Gregorio puso bajo interdicción a la ciudad "con todos sus lugares santos". El regreso de Federico, un retorno ya sin fin, fue amargo: él acogido grandiosamente por los infieles, debía enfrentarse a la brutalidad de sus correligionarios. Corro jamás había entendido el espíritu mercantil burgués, recibió a su paso las injurias de los comerciantes, molestos por las franquicias otorgadas al mundo islámico. Ya en Sicilia, invadida por los güelfos, reclutó fuerzas para enfrentar a los papales. Llegaron, entonces, un conjunto de caballeros Teutónicos - Orden pontificia de derecho y gibelina de hecho - y, cosa curiosa, un contingente sarraceno, para ayudar al Emperador. Fue una de las pocas veces en la historia en que germanos y musulmanes combatieron bajo un mismo estandarte. Derrotado, el Papa tuvo que levantar la excomunión a Federico en 1230.

  El Hohenstaufen había llevado el blasón a su máximo poder, pero era sólo una tregua. Veinte años más vivió Federico II, dos décadas de continua guerra contra el Solio, contra las ligas mercantiles, contra los señores feudales. Alemania se disgregaba en la anarquía, Italia en sus ciudades, ricas e individua­listas. Las reformas administrativas y fiduciarias, profundas, que Stupor  Mundi había realizado en el Imperio demostraban no poder contener el proceso de atomización. Desgarrado entre la doble tendencia del continente y del mar, entre la Hansa y la Caballería, el Sacro Imperio se quebraba. Federico apoyó la colonización de las regiones eslavas por los Caballeros Teutónicos, que les permitió en 1233 conquistar Prusia e iniciar el germen de un Estado.

  Sin amigos ni consejeros, el último Hohenstaufen, enfermo y cansado, murió sin ver consolidado su proyecto, en Diciembre de 1250. Su ambición, el sueño Staufen, era restablecer una idea: el mundo como Estado. Pero en Federico II ese Estado no era una estructura monolítica ni regional, era una entidad política­ estética de proyección universal, por encima de los valores religiosos, económicos y partidistas. Una identidad en  comunión con otras identidades y, por sobre todas ellas, la posibilidad universal en la unidad trascendente de las religiones. Quizás no fuera cierto que Stupor Mundi hubiera dicho que "el universo había sido engañado por tres impostores, Moisés, Jesucristo y Mahoma", pero resume muy bien el sentimiento profundo del Emperador, un sentir que lo aleja del 'Libre examen" y del Renacimiento del cual los historiadores quieren hacerlo un precursor.

  El sentido de unidad estética del mundo que tenía Federico II implicaba la aceptación del juego eterno y caleidoscópico de la vida, del poder y de la política, pero de ninguna manera un juego anárquico. Y, si bien es cierto que el Imperio se desmoronó porque nadie quiso defenderlo no es menos cierto que quienes defeccionaron fueron los nobles alemanes y las ciudades italianas, preocupadas por su interés particular y atrapados por el cántico de sirenas de la concepción "Libre" marítima. Quizás, comprendiendo a fondo este fenómeno, Federico dejaba muchas veces de lado los "asuntos políticos" para hacer poesía o practicar cetrería.

  Los hechos históricos posteriores darán la razón al Staufen. Italia, con el triunfo de la Iglesia continuará dividida en pequeños estados guerreando perpetuamente entre sí; Alemania se convertirá en la tierra de nadie en que combatirán príncipes y señores, alemanes contra alemanes. Seis siglos habrían  de pasar desde la muerte de Federico II para que estos países consigan la unidad, seiscientos años al término de los cuales ya la restauración del ideal político-estético continental sería  imposible. "Fracasó inevitablemente - dice Bertrand Russell - pero, entre todos los grandes fracasados de la Historia, sigue siendo uno de los más interesantes". Tan interesante que su sueño a veces despierta, cuando encuentra hombres con la talla suficiente para retomar sus tesis. De todos modos, Stupor Mundi es el indicador para entender los grandes eventos políticos de su época. Y no sólo de su época...

                                                         Horacio CAGNI