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DE LA PINTURA CHINA

 

 

El arte para Asia no es la exteriorización presuntuosa del yo ni el culto a lo original y extraño. Tampoco es el resultado de una excitación pasajera, un mero medio de conocimiento o de dominio, la aventura de una personalidad agresiva o de una inteligencia positiva. Es el resultado de una contemplación, de un espíritu, en profunda comunión con la naturaleza, un estado de unidad que se adquiere mediante un largo y paciente aprendizaje, una ascesis espiritual, un acto de concordia desprovisto de vanidad e inclinación, que escapa a la dualidad sujeto-objeto y participa apacible y alegre del ritmo universal.

 

Serge Elisséev, en su "Historia Universal del Arte", expresa: "los valores de la tinta china, sabiamente oficiados, liberan lo esencial del paisaje y la bruma que éstos pintores saben utilizar tan maravillosamente, otorga a las realizaciones una magia ajena a toda materialidad.”

 

Lo esencial de la pintura china tradicional no es "lo que representa" sino "lo que significa". No son imágenes de la belleza sensible sino símbolos de la armonía universal. Todas las formas, montañas, árboles, flores, pájaros, al igual que el hombre y sus obras, sirven sólo para figurar lo que para el artista es absoluto. La obra de arte no es otra cosa que un medio, un puente que sirve para transportar al hombre desde la existencia hacia la esencia. En la pintura china las cosas no sólo están representadas en su realidad material, sino fundamentalmente en su significación ideal, transportando a nuestro espíritu mucho más allá del mundo de las apariencias, al mundo del Ser.

 

                                                                       ANTONIO O. IANNARELLI

                                                                      Miembro de la Asociación

                                                                                             Argentina de Críticos de Arte